Por su interés, traducimos este artículo de Nicolas Casaux, publicado el 4 de diciembre de 2024 en Le Partage. Le Partage es un medio digital de información y análisis que trata temas políticos, sociales y culturales con un enfoque crítico. Según el texto, las feministas llevan más de cuatro décadas denunciando que el movimiento trans perpetúa los roles de género tradicionales, afectando los avances en la lucha feminista.
Se ha optado por una traducción del texto sin adaptaciones, por no manipular las voces del periodista. Así, la traducción mantiene la terminología y las comillas del texto original en idioma francés.
El movimiento trans es reaccionario: las feministas llevan más de 40 años denunciándolo
Nicolas Casaux, 4 de diciembre de 2024
Según muchos medios de comunicación y activistas de izquierdas, la oposición al fenómeno trans se originó en la extrema derecha, que es ahora el único campo político que se opone a él. Esta idea es doblemente falsa.
Breve genealogía de la oposición al fenómeno trans
La oposición al fenómeno trans tiene su origen en el activismo y los escritos feministas y, desde esta perspectiva, constituye un gesto progresista, en el sentido de promover la justicia social y la igualdad, también entre los sexos. En 1979, en Estados Unidos, Janice Raymond, feminista lesbiana radical, profesora emérita de estudios sobre la mujer y ética médica en la Universidad de Massachusetts en Amherst, conocida por su trabajo contra la violencia, la explotación sexual y el abuso médico al que son sometidas las mujeres, publicó un libro titulado El Imperio Transexual (que hemos reeditado con la asociación Le Partage y que se puede obtener aquí). Para escribir este libro, pidió consejo a su amiga Andrea Dworkin, ensayista estadounidense, teórica del feminismo radical y figura importante del feminismo de la Segunda Ola, conocida por sus críticas a la pornografía, las violaciones y otras formas de violencia hacia las mujeres. Dworkin escribió una breve recomendación para el libro de Raymond, que se publicó en la portada de la edición de bolsillo:
“El imperio transexual de Janice Raymond es una obra estimulante, rigurosa e innovadora. Raymond examina meticulosamente los vínculos entre ciencia, moral y género. Plantea preguntas difíciles, y sus respuestas tienen una calidad intelectual y una integridad ética tan raras, tan importantes, que los lectores no pueden evitar verse obligados a reflexionar y entablar un diálogo crítico con el libro1.”
En El Imperio Transexual, Janice Raymond señala acertadamente que:
“Fundamentalmente, una sociedad que asigna un papel estereotipado a cada uno de los dos sexos sólo puede engendrar el transexualismo [y/o el transgenerismo]. Por supuesto, esta explicación no aparece en la literatura médica y psicológica que pretende establecer la etiología del transexualismo. Esta literatura no cuestiona en absoluto el estereotipo […]. Sin embargo, mientras estas especulaciones sobre las causas del transexualismo persistan en evaluar la adaptación o inadaptación de los transexuales según estándares masculinos o femeninos, no serán verídicas. En mi opinión, la sociedad patriarcal y sus definiciones de masculinidad y feminidad son la causa principal de la existencia del transexualismo. Al desear los órganos y el cuerpo específicos del sexo opuesto, el transexual simplemente busca encarnar la «esencia» del papel que codicia.
En una sociedad así, el transexual no hace más que cambiar un estereotipo por otro, reforzando así los vínculos que mantienen a la sociedad sexista, lo que influye de manera fundamental en aspectos del tratamiento del transexualismo. De hecho, en una sociedad de este tipo, resulta perfectamente lógico adaptar el cuerpo del transexual [o transgénero] a su mente si su mente no puede adaptarse a su cuerpo.”

En junio de 1979, el psiquiatra Thomas Szasz escribió una elogiosa reseña del libro de Raymond en una columna del New York Times: «El desarrollo y la documentación de esta tesis por parte de Raymond son impecables. Su libro es un logro significativo».2
Szasz señala:
“Dado que el “transexualismo” implica y de hecho es prácticamente sinónimo de amplias alteraciones quirúrgicas del cuerpo humano “normal”, uno se pregunta qué le ocurriría, por ejemplo, a un hombre que acudiera a un cirujano ortopédico, le dijera que se sentía como un diestro atrapado en un cuerpo de un ambidiestro y le pidiera que le cortara su brazo izquierdo, perfectamente sano. ¿Qué le ocurriría a un hombre que acudiera a un urólogo, y le dijera que se siente como un cristiano atrapado en un cuerpo judío y le pidiera que le cubriera el glande del pene con un prepucio (tal vez se aluda a tal operación en 1 Corintios 7:17-18)?
[…] Si tal deseo puede calificarse de […] «transexual», entonces el anciano que quiere ser joven es «transcronológico», el pobre que quiere ser rico es «transeconómico», y así sucesivamente. Estas afirmaciones hipotéticas y las necesidades de «terapia» que se derivan de ellas (así como las respuestas cognitivas y médicas que les damos) constituyen, en mi opinión, el contexto en el que deben considerarse nuestras creencias y prácticas contemporáneas sobre el «transexualismo» y la «terapia» transexual.3”
En Francia, la publicación de El imperio transexual, en 1981, fue saludada por una breve crónica escrita por la feminista belga Françoise Collin, fundadora, en 1973, de la revista feminista francófona Les Cahiers du GRIF («Grupo de investigación y de información feministas»). Collin escribe:
“El análisis de Janice Raymond arroja una luz original y esencial sobre el “imperio transexual”. Su tesis se opone incluso a la idea bastante extendida de que el transexualismo marca una especie de paso entre los sexos, atribuyéndole una relativa neutralidad.
Janice Raymond demuestra que, muy al contrario, el transexualismo, que representa en un 90% la adopción del sexo femenino por parte de los hombres, es una forma más de que éstos se apropien de la feminidad. Es como si querer ser mujer fuera la forma última de querer tener una o varias mujeres y, en cierto modo, ocupar su lugar, sustituirlas. Además, la feminidad que el transexualismo contribuye a consolidar es la feminidad tradicional, la que los hombres han construido culturalmente y definido en términos esquemáticos. La ciencia médica interviene aquí mediante operaciones para reforzar los estereotipos.
Pero éstas son sólo algunas de las ideas clave del libro, que se basa en una gran cantidad de información y revela sutilmente los diversos niveles que interfieren en la definición del género. Hay aquí una perspectiva feminista cada vez más desarrollada4.”

Dos años antes de la publicación de El Imperio Transexual en Estados Unidos, en 1977, en la revista feminista Chrysalis, Janice Raymond había publicado un artículo titulado «El transexualismo o el último tributo al poder del rol sexual»,5 en el que esbozaba las líneas maestras de su libro. El análisis de Raymond fue clarividente en más de un sentido. Como cuando escribe, por ejemplo:
“Sin embargo, es importante señalar, que la envidia del útero (womb envy) y la maternidad masculina (male mothering), llámense como se quiera, son realidades políticas y no sólo conceptos psicoanalíticos. Así, como realidad política, el transexualismo […] también tiende a arrebatar a las mujeres los poderes inherentes a la biología femenina. En un sentido muy real, el transexual de hombre a mujer no sólo quiere capacidades biológicas femeninas, sino que quiere convertirse en una mujer biológica. El transexualismo es, por tanto, el resultado último y, se podría incluso decir, la conclusión lógica de la posesión de la mujer por el hombre en una sociedad patriarcal6.”
Una de las manifestaciones actuales es el creciente número de hombres (machos humanos adultos) que se autodenominan mujeres (mujeres trans), que toman hormonas sintéticas y exigen poder «amamantar» a sus bebés. Con la ayuda de diversas organizaciones médicas, algunos de ellos lo hacen realmente (para que puedan producir «leche» de dudoso contenido, por decirlo eufemísticamente, se les recetan diversas sustancias, algunas de las cuales son notoriamente perjudiciales para su salud y, por tanto, para la del bebé7).
Janice Raymond también advirtió:
“Debemos prestar mucha atención a las formas más sutiles de control y modificación del comportamiento que se están introduciendo. No es inconcebible que las clínicas de identidad de género, en nombre de la terapia, por supuesto, se estén convirtiendo en centros potenciales de control de los roles sexuales para los no-transexuales, por ejemplo, para los niños cuyos padres tienen ideas muy definidas sobre el tipo de hijos varones o mujeres que quieren8 […].”
Exactamente. Ahora, en nombre de la «no conformidad de género», o de una «incongruencia» entre su «género vivido» y su «género asignado» al nacer, se pide a niños perfectamente sanos que se sometan tratamientos médico basados en bloqueadores de la pubertad, seguido de hormonas sintéticas del sexo opuesto y cirugía en cuanto alcanzan la mayoría de edad (o incluso antes, a veces tan pronto como a los 16 años, en Francia, para las mastectomías). En el sistema de creencias transidentitario, se considera que cada uno de los dos tipos de cuerpo sexuado va acompañado de un tipo de «identidad de género». La «transidentidad» se define como «tener una identidad de género que no se corresponde con el sexo asignado al nacer» (Larousse). También se conoce como «incongruencia de género», definida como «una incongruencia marcada y persistente entre el género sentido por un individuo y el género asignado a ese individuo» (CIE-11). En otras palabras, en el mundo trans, se supone que el sexo del cuerpo determina un tipo de personalidad (en este sentido, el mundo trans es similar al mundo conservador). Una niña que muestre comportamientos, preferencias o gustos que culturalmente se consideran masculinos muestra disconformidad de género, y para remediar su «incongruencia de género», se le puede proponer que conforme su cuerpo sexuado a su mente (considerada como perteneciente al otro sexo, por así decirlo) mediante tratamientos médicos y quirúrgicos.

Retomemos el tema. En octubre de 1978, unos meses antes de la publicación del libro de Janice Raymond, Marcia Yudkin, otra feminista, publicó un artículo titulado «La Transexualidad y las mujeres Una perspectiva crítica»9 en la destacada revista feminista en lengua inglesa Feminist Studies. En él, defiende más o menos la misma perspectiva que Janice Raymond:
“Lo que intento demostrar es que la “condición” del transexualismo sólo puede existir si existe una concepción común referida a la idea de “actuar como una chica” o “actuar como una mujer”, aceptada sin espíritu crítico por el sujeto y la sociedad que le rodea. El fenómeno sólo puede detectarse y describirse si existe una identidad social de «niña/mujer» que se mantiene diferenciada de la identidad social de «niño/hombre» y se considera incompatible con una identidad biológica masculina. Desgraciadamente, las autoridades son ciegas a esta dimensión del problema, que yo llamaría con Janice Raymond la dimensión política del problema.”
La conclusión de su artículo, formulada en forma de pregunta, pide la abolición de las normas sociales restrictivas que constituyen uno de los factores causales del transexualismo (o transgenerismo):
“¿Existe alguna alternativa a nuestro sistema actual de registrar un sexo biológico al nacer, socializar a la persona en el papel que supuestamente corresponde a ese sexo, esperar que desarrolle una identidad de género congruente y, como hacemos ahora, ofrecer la medida de emergencia de la cirugía transexual cuando el proceso fracasa?”
Unos meses antes, en febrero de 1977, la ya mundialmente famosa feminista y periodista Gloria Steinem publicó un artículo en su revista Ms. titulado «Si el zapato no encaja, cambia el pie10», en el que denunciaba la «dirección antifeminista» del fenómeno transexual:
“Fuera cual fuera la diversidad de sus orígenes y personalidades, tanto si hacían el viaje de hombre a mujer como viceversa, un tema común sustentaba las explicaciones de su elección radical: la convicción abrumadora y permanente de que sus propias personalidades habían sido aprisionadas e inhibidas por la identidad de género de su nacimiento. Su deseo de libertad era tan grande que llegaron a someterse a mutilaciones quirúrgicas para obtener roles sociales acordes con su personalidad.
Todo esto reforzó mi convicción de que el transexualismo representa quizá el testimonio más ferviente y radical del poder de los roles de género en el sistema político del patriarcado. Después de todo, ¿qué mayor tributo podría haber a la idea de que las diferencias genitales deberían dictar nuestras vidas y nuestro futuro? Si nuestra humanidad fuera realmente un terreno común y compartido, ¿serían los roles de género tales prisiones que algunas personas se sienten obligadas a mutilarse para liberar sus personalidades?”

Como señaló a continuación, «para los individuos que se ven obligados socialmente a poner en peligro sus vidas, o incluso a arriesgarse a convertirse en exhibiciones extrañas para la autojustificación de una cultura obsesionada con el género», los tratamientos médicos «no son más que un medio de tratar quirúrgicamente la disconformidad» con los papeles y estereotipos que la sociedad patriarcal asigna a cada sexo.» En última instancia, añadió, «las feministas quizá deberían ver el auge y la celebración [del fenómeno transexual] como parte de la reacción contra la revolución feminista».

En un libro publicado en 1980, titulado The Double Standard ( “El doble rasero”, nunca traducido), Margrit Eichler (1942-2021), socióloga y feminista de origen alemán, que llegó a ocupar importantes cargos académicos en Canadá11, señalaba:
“que los pacientes transexuales tienen una imagen demasiado estricta de lo que constituye un comportamiento apropiado para su sexo, que se refleja en las actitudes de los clínicos que los tratan (psicólogos, terapeutas y médicos) y de la familia de origen del paciente. Si las nociones de masculinidad y feminidad fueran menos rígidas, las operaciones de reasignación de sexo no serían necesarias. En lugar de identificar como enferma a una persona con un «problema de identidad de género», podríamos definir como enferma a una sociedad que insiste en educar a niños y niñas de forma claramente diferenciada. Lo que debería tratarse como una patología social se trata como algo normal. Y cuando [este problema de origen social] se manifiesta en los individuos, se trata como una patología individual que hay que corregir, en lugar de intentar combatir el problema en su raíz: la definición opresiva […] de los papeles apropiados para cada sexo12 [… ].”
Eichler señala que en las narrativas de los transexuales (hoy diríamos personas trans), hay una «distinción muy rígida y tajante […] entre los atributos llamados femeninos y masculinos y, lo que es más significativo, su percepción de que es inapropiado adoptar comportamientos que se consideren apropiados para el otro sexo».
En conclusión:
“Paciente y médico refuerzan así conjuntamente la idea de que el comportamiento y el carácter están legítimamente determinados por el cuerpo, a pesar de las pruebas que sugieren que nuestra identidad de género se impone a una estructura de carácter en gran parte o totalmente indiferenciada sexualmente y que, por lo tanto, la identidad de género es un producto social más que biológico.
La justificación de la cirugía de reasignación de sexo parece basarse en una lógica circular que dice algo así. El sexo determina la personalidad. Esto es natural. Por lo tanto, los casos en los que el sexo biológico no da lugar a las identidades sexuales esperadas son antinaturales. Por lo tanto, debemos cambiar el sexo biológico (es decir, la naturaleza) para mantener el principio de que el sexo biológico determina el carácter de una persona.
Los transexuales son personas que sufren tan profundamente por su estructura sexual que están dispuestos a soportar un dolor y una soledad terribles con tal de aliviar su dolor. Estas personas pueden ser las más decididas a presionar por un cambio de estructura sexual, porque su aversión a los roles sexualmente apropiados es aparentemente insuperable. Al declararlos, por decreto quirúrgico, miembros del otro sexo, se secuestra este potencial de cambio y se convierte en algo tan conservador como podría haber sido revolucionario.”

Hasta ahora, sólo he citado a mujeres que postulaban una crítica feminista al fenómeno trans (que, en aquella época, se correspondía con el transexualismo). Pero al igual que Thomas Szasz, mencionado anteriormente por su reseña de 1979 en el New York Times del libro de Janice Raymond El Imperio Transexual, también había hombres que lo denunciaban. En febrero de 1982, en una revista de sociología, dos socialistas, Dwight B. Billings y Thomas Urban, de la Universidad de Kentucky y Yale respectivamente, publicaron una crítica anticapitalista y antisexista (profeminista) del transexualismo en forma de ensayo titulado «La construcción socio-médica del transexualismo: Una interpretación y una crítica »13. En él, los dos autores defendían «que el transexualismo es una realidad socialmente construida que sólo existe en y a través de la práctica médica. Además, argumentamos que la cirugía de reasignación de sexo refleja y amplía las lógicas de mercantilización del capitalismo tardío, a la vez que reafirma los roles de género tradicionales.» Afirman que «al ofrecer un rito de paso entre identidades sexuales, la cirugía de reasignación de sexo reafirma implícitamente los roles masculinos y femeninos tradicionales. A pesar del mudo testimonio de pacientes confusos y ambivalentes sobre la gama de experiencias de género, los individuos que no pueden o no quieren ajustarse a los papeles de género que se les asignaron al nacer son acuchillados en la mesa de operaciones para ser acogidos en el papel del sexo opuesto.» Por ello, concluyen, «al sustituir el discurso político por la terminología médica, la profesión médica previene una potencial huelga revolucionaria en la fábrica social del género».
En 1984, la filósofa estadounidense y feminista lesbiana radical Mary Daly, que enseñó durante muchos años en la Universidad de Boston, publicó un libro titulado Pure Lust: Elemental Feminist Philosophy («Pura lujuria: filosofía feminista elemental», no traducido) en el que defendía la perspectiva de Janice Raymond. Daly se burla de la propaganda absurda y sexista que pretende hacernos creer «que una “mujer de verdad”» podría esconderse «tras un cuerpo masculino»14.
En 1991, en una recopilación de ensayos escritos por múltiples autoras, titulada Body Guards: The Cultural Politics of Gender Ambiguity («Guardaespaldas: las políticas culturales de la ambigüedad de género»), la antropóloga Judith Shapiro analiza la «capacidad de los sistemas tradicionales de género para absorber, e incluso exigir, formas de cruce de género como el transexualismo15», examinando brevemente, además del transexualismo euroamericano, el caso de los berdaches nativos americanos y los xaniths del sultanato de Omán. Shapiro señala que:
“Muchos transexuales son, de hecho, “más papistas que el Papa” en lo que se refiere al género. El sociólogo Thomas Kando, que trabajó con un grupo de transexuales que se sometieron a cirugía de reasignación de sexo en la Universidad de Minnesota en 1968-1969, informó de los resultados de pruebas y cuestionarios que mostraban que los transexuales eran más conservadores que los hombres y las mujeres (o, para ser precisos, que los hombres y las mujeres no transexuales) en lo que se refiere a las normas de los roles de género, siendo las mujeres las menos conservadoras. Los transexuales de hombre a mujer puntuaron más alto en feminidad que las mujeres. La mayoría de los transexuales de la muestra de Kando tenían trabajos estereotípicamente femeninos y parecían, de media, más adecuados para el papel femenino que las mujeres. Como señaló Kando, «[los transexuales] son, en muchas de sus actividades cotidianas, actitudes, hábitos y acentos, como nuestra cultura espera que sean las mujeres, y más» (Kando 1973).”
Así pues: «El conservadurismo de los transexuales es alentado y reforzado por el cuerpo médico del que dependen para recibir terapia. El conservadurismo de los médicos se ve reforzado, a su vez, por su necesidad de sentirse justificados para emprender un procedimiento tan importante como una operación de cambio de sexo.»
Shapiro cita otro comentario de Thomas Kando que no ha perdido relevancia:
“A diferencia de varios grupos liberados, los transexuales son reaccionarios, se acercan a la cultura tradicional en lugar de alejarse de ella. Son el Tío Tom de la revolución sexual. Con estos individuos, la dialéctica del cambio social completa un ciclo completo, y la posición de mayor desviación se convierte en la de mayor conformidad (Kando 1973: 145).”
Por esta razón, Shapiro observa:
“Aunque la analogía no puede llevarse demasiado lejos, tratar las cuestiones de género mediante la cirugía de reasignación de sexo es un poco como recurrir a los dermatólogos para resolver el problema de la raza.”

En noviembre de 1993, en un artículo publicado en el número 10 de la revista feminista Off Our Backs (“Danos un respiro”), una feminista lesbiana, Beth Walsh-Bolstad, se preguntaba:
“¿Se puede definir lo que es una mujer? Puede que algún día se tenga que reflexionar sobre ello, porque hay hombres que intentan acceder a la comunidad lésbica haciéndose pasar por mujeres. Personalmente, me niego a responder a esa pregunta. Los hombres no son bienvenidos en el espacio lésbico. Y punto. Siempre se ha esperado que las mujeres acepten una definición masculina de mujer. Y ahora se nos dice que tenemos que ir un paso más allá y creer que los hombres pueden convertirse en mujeres y las lesbianas, que una mujer puede construirse quirúrgicamente. ¿Estamos en la era Frankenstein del género?
[…] Aunque nuestra sociedad sea la culpable del fenómeno de la transexualidad debido a la falta total de flexibilidad en los roles de género y a los tipos de expresión rígidamente controlados que se permiten para una mujer o un hombre, esto no significa que la comunidad lesbiana deba estar obligada a abrirse a los hombres castrados o a todos los hombres que afirman ser «mujeres atrapadas en cuerpos de hombres». Una mujer no es la suma de varias partes, es una unidad espiritual y física, entera e inimitable16.”
En enero de 1994, en la misma revista, un artículo de la feminista lesbiana Claudine O’Leary denunciaba de forma similar el deseo de imponer hombres (que se autodenominan mujeres) en los espacios lésbicos17.
En 1995, Bernice L. Hausman, licenciada en literatura y estudios feministas por la Universidad de Yale y la Universidad de Iowa, publicó un excelente libro titulado Changing Sex: Transsexualism, Technology, and the Idea of Gender («Cambiar de sexo: transexualismo, tecnología y la idea de género»), que desgraciadamente no se ha traducido. En él, muestra cómo «la evolución de la tecnología y de las prácticas médicas ha desempeñado un papel central en la creación de las condiciones necesarias para la aparición de la demanda de cambio de sexo, considerada el indicador más importante de la subjetividad transexual», y expone el «sesgo heterosexista» que subyace a «las construcciones médicas de la intersexualidad y el transexualismo»18, haciéndose eco de las tesis de Janice Raymond sobre este punto.

En un artículo titulado «Activismo transexual: una perspectiva feminista lesbiana», publicado en 1997 en una revista de lesbianas (Journal of Lesbian Studies), la feminista y politóloga británica Sheila Jeffreys, respaldando las tesis de Janice Raymond, escribía:
“El transexualismo, en este análisis, es profundamente reaccionario, una forma de impedir la alteración y eliminación de los roles de género que sustenta el proyecto feminista. El transexualismo se opone al feminismo manteniendo y reforzando nociones falsas y socialmente construidas de feminidad y masculinidad. La gran mayoría de los transexuales siguen adhiriéndose al estereotipo tradicional de la mujer y pretenden convertirse en mujeres verdaderamente femeninas. El conservadurismo de su concepción de la feminidad y el de la profesión médica queda claro en sus biografías. Un piloto de carreras descubrió que ya no podía conducir bien una vez que se convirtió en «mujer». Un periodista de The Times descubrió que sólo daba importancia a las pequeñas cosas de la vida y que había desarrollado una intuición femenina. Lo que molesta a las feministas de este fenómeno es que los hombres construyen una fantasía conservadora de lo que deben ser las mujeres. Inventan una esencia de la feminidad que es profundamente insultante y restrictiva.19”
En un libro publicado originalmente en inglés en 1999 y traducido al francés en 2002 con el título La Mujer entera, la feminista y académica australiana Germaine Greer, considerada una de las principales voces del feminismo de la segunda ola, afirma que «las mujeres sólo pueden simpatizar con los transexuales». Sin embargo, continúa inmediatamente:
“Una feminista debe añadir que la curación no puede lograrse mutilando al individuo en cuestión, sino cambiando radicalmente su rol sexual. A lo largo de la historia, las mujeres que no podían asumir el papel que se les había prescrito han sido víctimas de numerosas operaciones ginecológicas abominables y, al igual que los transexuales, han sentido gratitud hacia sus verdugos. Las mujeres difícilmente pueden hacer la vista gorda ante las mutilaciones sexuales practicadas a individuos de ambos sexos, aunque las víctimas pretendan tener derecho a exigirlas. La cirugía en este ámbito es profundamente conservadora. Refuerza una división sexual bien definida al moldear a los individuos para que encajen en estos papeles respectivos20.”

Como se puede ver en esta breve, pero nada exhaustiva, genealogía de la crítica al fenómeno trans, ésta proviene sobre todo de los círculos feministas, particularmente en el feminismo radical, pero también de los círculos socialistas. No fue hasta la década de 2010 que la extrema derecha, 40 años después que las feministas, se apoderó del tema, produciendo una crítica mohosa hecha de una mezcla de argumentos razonables e ideas retrógradas y sexistas. Aunque los activistas de extrema derecha comprenden lo absurdo de tratar de redefinir los términos «mujer», «hombre», «niña» y «niño» al antojo del hablante, por ejemplo, dándoles significados tautológicos (como «mujer es cualquiera que se llame a sí misma mujer»), suelen basar su oposición al fenómeno trans en una visión opuesta a la de las feministas radicales. Mientras que las feministas radicales defienden que las mujeres deben ser libres para tener los gustos, preferencias y actividades que quieran, que no tienen por qué llamarse «hombres trans» para dejar de ajustarse a la «feminidad», los tradicionalistas de extrema derecha defienden, en esencia, que una persona de sexo femenino debe comportarse como una mujer y una persona de sexo masculino, como un hombre, y que las personas que quieren «cambiar de sexo» o «hacer la transición» son sólo bichos raros. Mientras que las feministas radicales quieren abolir el «género», en el sentido de los estereotipos, atributos y roles sociales asignados por la sociedad patriarcal a cada uno de los dos sexos, los activistas de extrema derecha defienden el género.
Cuando los activistas de izquierdas afirman que las críticas al fenómeno trans proceden de la extrema derecha, mienten. Cuando los activistas de izquierdas afirman que sólo hay un tipo de crítica al fenómeno trans, mienten. Cuando equiparan la crítica feminista al fenómeno trans con la crítica de extrema derecha, mienten. Al borrar o disfrazar la crítica feminista al fenómeno trans, llegando incluso a equipararla plenamente con la crítica de extrema derecha, los transactivistas han conseguido convencer a la izquierda de que abrace una ideología reaccionaria, misógina, sexista y que ahora tiene como objetivo a la infancia (a diferencia de los años ochenta).
La situación actual
Creo que es importante señalar que si algunas de las mujeres feministas que denunciaban abiertamente el sexismo del fenómeno trans en los años ochenta y noventa han dejado de hacerlo, no es -al menos no realmente- por haber cambiado de opinión. Hace unos dos años, tras leer el muy buen libro, mencionado anteriormente, de Bernice Hausman, quise entrevistarla. Conseguí encontrar su contacto y le ofrecí una entrevista que aceptó. Luego cambió de opinión. Por miedo, creo, a las consecuencias que tendría para ella hablar públicamente sobre el tema hoy en día. Las condiciones sociales han cambiado. Las mujeres que se atreven a criticar públicamente el fenómeno trans son acosadas, vilipendiadas, insultadas, injuriadas, calumniadas, a veces agredidas físicamente e incluso ven amenazado su puesto de trabajo (los transactivistas no dudan en presionar para que las despidan por ser supuestamente «TERF»; varias mujeres ya han perdido su empleo de esta manera). El terrorismo -hay que llamar las cosas por su nombre- moral y económico esgrimido por los transactivistas está dando sus frutos21.
Afortunadamente, algunas mujeres siguen denunciando públicamente el sexismo, el absurdo y la toxicidad general del fenómeno trans. Como Sheila Jeffreys, que publicó dos libros que abordan el tema: Gender Hurts: A Feminist Analysis Of The Politics Of Transgenderism (“El género daña: Un análisis feminista de las políticas del transgenerismo”) en 2014, y Penile Imperialism: The Male Sex Right and Women’s Subordination ( “El imperialismo del pene : Los derechos de los hombres y la subordinación que se nos exige a las mujeres frente a ellos”)en 2022, cuya introducción traduje. Y Janice Raymond, que en 2021, casi cuarenta años después de El Imperio Transexual, ha publicado un segundo libro crítico del fenómeno trans, titulado Doublethink: A Feminist Challenge to Transgenderism (“El doblepensar: una crítica del transgenerismo”), del cual también he traducido un fragmento .

Mientras tanto, otras feministas se han unido a ellas. En el Reino Unido, la filósofa ecosocialista británica Jane Clare Jones ha elaborado la que quizá sea la crítica más meticulosa, articulada y pertinente del fenómeno trans22. Jones señala, por ejemplo, que:
“Al igual que los planteamientos conservadores, la ideología trans acepta fundamentalmente las ecuaciones macho/hombre = masculino y hembra/mujer = femenino. Simplemente invierte la dirección de la causalidad. Mientras que el conservadurismo cree que los hombres deben ser masculinos y las mujeres femeninas, la ideología trans cree que las personas masculinas deben ser hombres, que las personas femeninas deben ser mujeres y que las personas que son ambas cosas, que es el caso de la mayoría de la gente, no son ni hombres ni mujeres y, por lo tanto, no tienen sexo23.”
Lo cual es tremendamente absurdo. En el Reino Unido, además de Jones, varias feministas han manifestado públicamente su oposición al movimiento trans, entre ellas Karen Ingala Smith, que dirige una organización benéfica contra la violencia doméstica y sexual con sede en Londres (Reino Unido); Rosemary Clare Duffield (Rosie Duffield), política miembro del Partido Laborista hasta septiembre de 2024; Kathleen Stock y Julie Bindel.

En Suecia, la feminista marxista y periodista Kajsa Ekis Ekman, conocida por su oposición a la prostitución y la GAP24, publicó en 2020 un libro-investigación titulado On the Meaning of Sex: Thoughts about the New Definition of Woman (“Sobre el significado del sexo: reflexiones sobre la nueva definición de mujer”), en el que ofrece una muy buena crítica del fenómeno trans. Ekman señala, por ejemplo, que con la transexualidad:
“¡Los roles de género están reapareciendo sin que nos demos cuenta! Simplemente se ha intercambiado el sexo por el género. Ahora se considera que el género es real, mientras que el sexo es una construcción social. Se dice que el sexo se «asigna» al nacer, es decir, se considera una construcción social que la sociedad impone a la fuerza al niño. En cambio, la identidad de género es innata. Esto es esencialismo de género: el género como una esencia independiente del cuerpo.
El género no se disuelve en absoluto, contrariamente a lo que pensábamos al principio. De hecho, ocurre exactamente lo contrario. El género reina por encima de todo, habiendo vencido al sexo, y sigue basándose en los mismos viejos estereotipos. Estamos asistiendo a una especie de reforma ideológica. La teoría de la identidad de género toma prestados términos fundamentales del feminismo, pero les da significados opuestos. Se mantiene la expresión «construcción social», con lo que se rinde pleitesía a la teoría feminista, al igual que la expresión «sexo biológico», que solía designar lo que es fijo e inmutable, pero estas dos expresiones se han invertido. A partir de ahora, los roles de género constituyen el verdadero sexo. Ser mujer ya no es sinónimo de útero, sino de lazos rosas y muñecas. Ser hombre ya no es sinónimo de pene, sino de guerra y máquinas. Y estos roles de género, nos dicen, son innatos25.”

En Francia, la feminista libertaria Vanina se ha posicionado recientemente al respecto, publicando un libro titulado Les Leurres postmodernes contre la réalité sociale des femmes (Acratie, 2023) (“Trucos posmodernos contra la realidad social de las mujeres”), en el que critica el fenómeno trans.

Ese mismo año, la historiadora feminista Marie-Jo Bonnet, co fundadora del Front homosexuel d’action révolutionnaire («Frente homesexual de acción revolucionaria») (FHAR) y de Les Gouines rouges («Las bolleras rojas»), y Nicole Athea, ginecóloga y endocrinóloga, antigua interna y antigua directora de Hospitales de París, publican Quand les filles deviennent des garçons (“Cuando las niñas se convierten en niños”) en la editorial Odile Jacob. En él, describen el hecho de que ahora, son sobre todo las chicas las que piden la «transición», en lugar de los chicos, y demostrando que esta tendencia puede explicarse por el deseo de escapar de la deplorable condición de las chicas y las mujeres en la sociedad contemporánea, así como por la homofobia interiorizada.

También en 2023, Audrey A. y yo publicamos Né(e)s dans la mauvaise société: Notes pour une critique féministe et socialiste du phénomène trans (“Nacidos/as en la sociedad equivocada: apuntes para una crítica feminista y socialista del fenómeno trans”).

Pero, a diferencia de lo que ocurre en el Reino Unido, mientras que en Francia algunas feministas de perfil bajo y activistas de izquierdas expresan su oposición al fenómeno trans, ninguna de las feministas más reputadas ha manifestado la menor crítica al respecto. Al contrario, todas parecen abrazarlo y defenderlo con más o menos vigor.
En España, la oposición feminista y socialista al movimiento trans es posiblemente aún más fuerte que en el Reino Unido. Varias feministas socialistas se oponen abiertamente a las reivindicaciones trans, entre ellas Ángeles Álvarez, que fue una de las impulsoras del Pacto de Estado contra la Violencia de Género cuando era diputada del PSOE (Partido Socialista Obrero Español)26, la escritora Laura Freixas, la antropóloga Silvia Carrasco, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, la histórica feminista del PSOE y ex miembro del Consejo de Estado español Amelia Valcárcel, y la psicóloga jurídica y forense Laura Redondo.
La feminista marxista y antifascista Lidia Falcón, que fue detenida, encarcelada y torturada por la policía franquista en los años setenta y fundó en 1979 el Partido Feminista de España, del que actualmente es Secretaria General, también considera la difusión de las ideas trans como una «nueva estrategia del patriarcado para dividir al movimiento feminista, ridiculizarlo y hacerlo estéril»27. En términos más generales, y como casi todas las feministas que denuncian el fenómeno trans, Falcón critica todo el movimiento y las ideas «queer», que han calado en toda una parte de la izquierda, incluidos los círculos feministas, y que promueven cosas terriblemente perjudiciales para las mujeres -sobre todo las pobres- y para la sociedad en su conjunto, como la prostitución y la pornografía.
Alicia Miyares Fernández, otra feminista española, profesora de filosofía y autora del manifiesto Tren de la Libertad, una campaña en defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres que movilizó a decenas de miles de personas en 2014 en oposición a un plan para restringir el acceso al aborto ideado a finales de 2013 por el Gobierno español, entonces dirigido por los conservadores, también señala que «la agenda trans es radicalmente contraria a la agenda feminista»28.
La escritora hispano-marroquí Najat El Hachmi también ha denunciado el fenómeno trans y sus absurdas exigencias semánticas, por ejemplo su deseo de imponer la idea de que «mujer es cualquiera que se sienta mujer »29 . En un artículo publicado en el diario español El País el 19 de mayo de 2023, Najat El Hachmi proponía «ceder el género» a «los hombres que dicen ser mujeres»:
“Yo a los hombres que dicen ser mujeres les traspaso con gusto todo lo que ellos creen que es la feminidad: el veneno del maquillaje y el suplicio de los zapatos de tacón, la ropa asfixiante, los sujetadores que se clavan en la carne, los tangas que te desgarran la piel, la cera caliente y los pelos arrancados de raíz, las agujas y el bisturí, los rellenos y los postizos, el pelo largo y los tintes, planchas, secadores y rizadores de pestañas, los gestos delicados, las piernas cerradas y las poses de criatura frívola y superficial, ingenua y tonta, los contoneos y movimientos ondulantes, la debilidad física y la falta de habilidad manual, el no saber conducir ni usar un taladro. Les regalo la dependencia y la histeria, la falta de control emocional o la perfidia innata, la encarnación del mal y la seducción engañosa, el deber de la belleza y la discreción, el buen carácter y la sonrisa perpetua. Encajes, tules, purpurina, docilidad y mansedumbre servicial: todo se lo cedo gustosa.
Eso sí, que se queden también con limpiar y cocinar gratis, cambiar pañales y preparar papillas, parir un hijo detrás de otro, servir al marido, cuidar ancianos y discapacitados, hacer las tareas más ingratas por salarios miserables, no cotizar y acabar con una pensión de mierda. Que te casen cuando eres niña, que te encierren en casa de por vida, que te tapen de arriba a abajo, que te mutilen para que no tengas nunca un orgasmo, que te viole cada noche un desconocido, compartir esposo con otras mujeres, que te embaracen y paras y luego te roben a tus hijos, que te penetren todos los días decenas de desconocidos, que te exhiban en vídeos en los que te agreden y te escupen y te vejan. Trabajar como una esclava en cualquier maquila o ser la primera víctima de una guerra. Comer menos en todas partes y ser la desheredada por ley. Ascender menos académica y laboralmente. Todo esto es el género que ahora ellos defienden como identidad. Lo que a nosotras se nos ha impuesto desde pequeñas para convertirnos en infrahumanos, en una categoría que no llega al nivel de dignidad que los hombres se quedaron para sí, el tupido entramado de elementos que se han usado para someternos. Si ahora ellos quieren encarnar la feminidad que se inventaron, que lo hagan, que se queden con todo el género. Se lo traspasamos todo y así nosotras podemos dedicarnos a ser, por fin, personas30.”
Unas semanas antes de la publicación de este texto, el diario Le Monde, que difunde sin descanso propaganda transactivista, celebraba la «escritura musical, rica en imágenes poéticas, llena de enigmas y sabiduría» de Najat El Hachmi en una reseña de su «magnífica novela» Madre de leche y miel 31.
También en España, varios grupos, organizaciones y colectivos feministas de izquierdas, entre ellos la Federación de Mujeres Progresistas, la Alianza contra el Borrado de las Mujeres, Feministes de Catalunya, Movimiento Feminista, Feministas Socialistas, se oponen a las reivindicaciones e ideas trans. Para las mujeres de la Federación de Mujeres Progresistas: «Las políticas de igualdad de género dejarán de tener sentido si la categoría “mujer” se independiza del sexo biológico y se redefine para incluir a los hombres. […] Si ‘mujer’ se convierte en el nombre de un grupo que no tiene definición objetiva (que no puede delimitarse en términos biológicos porque sería una definición ‘excluyente’), que puede incluir a los hombres sin más condición que su voluntad, si ‘mujer’ se convierte en una palabra que al final no significa nada o incluso desaparece (sustituida por eufemismos deshumanizadores como ‘persona embarazada’, ‘persona que menstrúa’, ‘persona con útero’, ‘persona con vulva’, etc.), ¿cómo podemos unificar el concepto de ‘mujer’? ), ¿cómo unificar conceptualmente las distintas formas de discriminación que sufren las mujeres? ¿Cómo percibir la continuidad histórica y geográfica de estas experiencias, su denominador común? ¿Cómo ser sujeto político?».32
Las mujeres de la Alianza contra el Borrado de las Mujeres, fundada en 2019 por Ángeles Álvarez y otras feministas, hacen campaña contra la sustitución en la legislación española del «sexo» por el concepto de «identidad de género», que tiene el efecto de borrar a las mujeres. Señalan:
“El sexo es en la raíz de la discriminación y la violencia que sufren las mujeres. Eliminar el sexo como categoría jurídica y sustituirlo por un ‘género’ autodefinido es un acto de misoginia. Al eliminar el sexo como categoría jurídica, se anulan todas las políticas destinadas a combatir la desigualdad estructural que sufren las mujeres.”
Efectivamente:
“El género no es una identidad, es el conjunto de normas, estereotipos y roles impuestos socialmente a las personas en función de su sexo. El género es un instrumento que promueve y perpetúa la situación de subordinación en la que nos encontramos las mujeres. Por eso considerarlo como una «identidad» equivale a esencializarlo, lo que anula las posibilidades de luchar contra la opresión que constituye.”
En Cataluña, el 15 de julio de 2023, la sección barcelonesa de la CNT (Confederación Nacional del Trabajo, conocida organización anarcosindicalista) se unió al grupo Feministes de Catalunya para denunciar en una conferencia los nefastos efectos humanos y sociales de las reivindicaciones de los transactivistas. En la conferencia, las feministas catalanas presentaron los resultados de su encuesta sobre la evolución del número de personas atendidas por el servicio hospitalario catalán de «identidad de género» entre 2012 y 2021. El informe, publicado en noviembre de 2022, muestra un «aumento exponencial de más del 7000% en diez años», con «casos en 2021 que representan el 25% del total de casos desde 2012». Además (algunos extractos del informe):
- «Entre 2012 y 2021, la edad media de consulta descendió 12 años, de 35 a 23 años.
- Las derivaciones al Servei Transit (servicio de «identidad de género») afectan cada vez más a mujeres y menores, con un perfil de edad diferenciado entre mujeres y hombres que revela situaciones muy distintas:
- Entre los niños de 0 a 9 años, predominan los chicos (60,6% de chicos frente a 39,4% de chicas).
- En los grupos de edad entre 10 y 25 años, predominan las chicas (65,1% chicas frente a 34,9% chicos).
- Entre adultos mayores de 25 años, predominan los hombres (60,6% de hombres frente a 39,4% de mujeres). Los hombres representan más del 70% de los casos entre los mayores de 30 años.
- Se ha producido un rápido cambio en el patrón demográfico de las derivaciones por disforia de género: de hombres a mujeres y de adultos a menores. La mayoría de los casos en menores son niñas y la mayoría de los casos en adultos son hombres.
- El aumento es alarmante entre las niñas preadolescentes y adolescentes: alrededor del 70% de los casos en los grupos de edad de 10-14 y 15-18 son niñas. Aunque el aumento también es alarmante en el caso de los niños, entre 2015 y 2021, el número anual de derivaciones al Servei Transit de niñas de 10 a 14 años aumentó un 5.700%. Este incremento es muy superior al 4400% que hizo saltar la primera alarma en Reino Unido en 2018.
- El porcentaje de casos en los que no consta el sexo de la persona aumenta de forma igual de alarmante, llegando a superar el 10% en estas mismas franjas de edad. Las tendencias observadas y la triangulación con datos de otras fuentes parciales permiten deducir que los casos en los que no consta el sexo son mayoritariamente niñas.
- A la mayoría de los casos se les prescribe terapia hormonal independientemente de la edad. A pesar de varias peticiones al Ministerio de Sanidad, nunca se han facilitado datos desglosados por tratamiento, edad y sexo. Sin embargo, en un informe de 2016, el Servei Transit reconoció que en el 87% de los casos se prescriben hormonas en la primera visita, lo que confirman otras fuentes médicas.
- Además, tenemos motivos para creer que nuestras estimaciones son bastante conservadoras: el impacto real del modelo afirmativo podría ser mucho peor. Por ejemplo, no tuvimos acceso ni pudimos incluir datos sobre proveedores de atención primaria o pediatras que prescriben cada vez más bloqueadores de la pubertad y hormonas en atención primaria.»
Por último, las feministas catalanas señalan:
“Nosotras no podemos aceptar que cada vez más menores rechacen su cuerpo sexuado y que cada vez más niñas, adolescentes y jóvenes no quieran ser mujeres, sin que nuestra sociedad -tan hostil con las chicas, que son objeto de una violencia sexual en aumento mientras los chicos la niegan- se pregunte por las razones de su malestar, mientras se les destroza la salud de forma irreversible y son abocadas a la dependencia farmacológica de por vida. Preguntas que las leyes trans consideran transfobia.
Es por eso que exigimos al Gobierno que se inicie una investigación independiente sobre Trànsit y que se revise el modelo afirmativo de tratamiento a menores basado en el auto-diagnóstico como se ha hecho en los países de nuestro entorno, que ya están dando marcha atrás. Las leyes trans solo sirven para enriquecer a la industria farmacéutica de la identidad de género, que ha pasado de unos beneficios, solo en Estados Unidos, de 300 millones de dólares en 2019 a más de 1900 millones de dólares en 2021, con tasas de crecimiento superiores al 10% anual*33.”
En México, la antropóloga, investigadora y activista feminista Marcela Lagarde, una de las figuras más importantes del feminismo latinoamericano, es conocida por haber acuñado el término español «feminicidio», utilizado actualmente en la legislación de varios países para describir los asesinatos cometidos contra mujeres por el hecho de serlo. Lagarde desempeñó un papel destacado en México en la elaboración de la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2007) y fue miembro de la comisión del Congreso mexicano encargada de dar seguimiento a las investigaciones sobre feminicidios, desempeñando un papel decisivo en la primera sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que tuvo en cuenta el género, contra el gobierno mexicano por el asesinato de tres mujeres en Ciudad Juárez (norte de México). Ella también critica -con razón- al movimiento trans por querer «eliminar a las mujeres como sujeto del feminismo »34. Teresa Columba Ulloa Ziaurriz, la primera mujer abogada en defender los derechos reproductivos y sexuales de las mujeres en un tribunal mexicano, que también es directora de la Coalición Regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe, afirma, en un texto titulado «La dictadura del transactivismo», que «los discursos sobre la identidad de género son caballos de Troya que el patriarcado ha inventado y utiliza para intentar borrar al sujeto político del feminismo, es decir, a las mujeres »35.
***
Detengámonos aquí.
¿Es razonable imaginar que todas las mujeres mencionadas en este texto son horribles fanáticas de extrema derecha, Zemmours en potencia o incluso horribles nazis? Sin embargo, esto es lo que sostienen, a veces literalmente, los transactivistas y una serie de activistas de izquierdas. Pero, como habrás deducido, ésta es sólo una de las muchas inversiones de la realidad que salpican su retórica. En realidad, en la historia, son los transactivistas y sus afiliados los que mienten descaradamente, mecánicamente, como Donald Trump, y se comportan de una manera autoritaria y violenta que recuerda los métodos de la extrema derecha36.
Repasando los textos escritos a lo largo de más de 40 años por todas las mujeres feministas mencionadas en este artículo, también me ha llamado la atención una cosa. Todas ellas se han esforzado por expresar sus quejas y objeciones con cortesía, respeto y empatía hacia las personas cuyas elecciones o palabras a veces se veían abocadas a criticar. Sin insultos, sin injurias, sin calumnias, sin difamaciones. Sus argumentos estaban y siguen estando claramente articulados y son coherentes. En cambio, son innumerables las publicaciones, artículos, posts, etc. en los que estas mujeres son insultadas, calumniadas e incluso amenazadas de muerte por transactivistas. Algunos han llegado incluso a crear un videojuego en el que el objetivo es matar a las TERF (Trans Exclusionary Radical Feminists – Feministas Radicales Trans Excluyentes-, una forma insultante de referirse a las mujeres críticas con el fenómeno trans). En una manifestación celebrada en Alemania en 2022, un grupo de jóvenes afiliados a la izquierda marchó con una pancarta en la que se leía «Las TERF pueden chuparme mi enorme polla trans». Las camisetas y sudaderas con la leyenda «Kill the TERFs» se pueden comprar fácilmente en Internet.
Pero todo el mundo sabe que si no se puede formular un argumento racional, se recurre a la violencia. Como señaló Solzhenitsyn, «las mentiras encuentran «su único apoyo en la violencia»37. Quien elige la mentira como norma debe elegir inexorablemente la violencia como medio.
Nicolas Casaux
Hasta ahí, el artículo publicado por Le Partage. Las feministas llevamos décadas alertando sobre los peligros del concepto de identidad de género, insistiendo en que nuestra crítica no tiene relación con el discurso conservador de derechas. Mientras que las feministas queremos abolir el «género» (en el sentido de los roles, comportamientos y características que una sociedad asigna a las personas en función de su sexo), el discurso conservador de la derecha lo defiende, sosteniendo que los hombres deben ser masculinos y las mujeres femeninas. La ideología trans, por su lado, refuerza esta lógica al afirmar que las personas masculinas deben ser hombres y las femeninas, mujeres. Así, lejos de ser progresista, el movimiento trans perpetúa las construcciones tradicionales de género en lugar de desmantelarlas.
Las leyes de identidad de género representan una grave amenaza para la libertad de expresión, ya que criminalizan y censuran a quienes cuestionan la autoidentificación de género. Mujeres que defienden los derechos basados en el sexo son perseguidas, silenciadas y, en algunos casos, enfrentan represalias legales solo por expresar una realidad biológica. ¡Basta ya de censurar a las mujeres por decir la verdad!
La Declaración sobre los derechos de las mujeres basados en el sexo defiende en su artículo 4 el derecho de las mujeres a expresar sus opiniones libremente, sin ser censuradas ni perseguidas por no comulgar con el credo identitario.
Ayúdanos a defender los derechos de las mujeres basados en el sexo:
Firma la Declaración- Palabras de Dworkin publicadas en la portada de la edición de bolsillo de El imperio transexual de Janice Raymond, también citadas por Raymond en su libro Doublethink: A Feminist Challenge to Transgenderism (‘Doblepensar: una crítica feminista a la transexualidad’), Spinifex, 2021. ︎ ↩︎
- Thomas Szasz, «Male and Female Created He Them», The New York Times, 10 de junio de 1979. ︎ ↩︎
- Ibid. ↩︎
- Les Bulletins du GRIF, n°5, 1981. Universidad de Mujeres. ↩︎
- Janice Raymond, «Transsexualism: The Ultimate Homage to Sex-Role Power», Chrysalis n°3, 1977. ︎ ↩︎
- Ibid. ↩︎
- Cf. capítulo 23 de nuestro libro Né(e)s dans la mauvaise société – Notes pour une critique féministe et socialiste du phénomène trans (Le Partage, 2023); y Talia Nava, «The Ugly Truth of Male Breastfeeding», The Paradox Institute, 8 de julio de 2023. ︎ ↩︎
- Janice Raymond, «Transsexualism: The Ultimate Homage to Sex-Role Power», Chrysalis nº 3, 1977. ︎ ↩︎
- Marcia Yudkin, «Transsexualism and Women: A Critical Perspective», Feminist Studies, Vol. 4, nº 3 (octubre de 1978), pp. 97-106. ↩︎
- Gloria Steinem, «If the Shoe Doesn’t Fit, Change the Foot», Ms. Magazine, febrero de 1977. ︎ ↩︎
- Entre otras cosas, fue la primera directora del Instituto de Estudios de la Mujer y de Género del Instituto de Estudios de Ontario para la Educación (OISE), así como presidenta del Instituto Canadiense de Investigación para la Promoción de la Mujer y presidenta de la Asociación Canadiense de Sociología y Antropología. ↩︎
- Margrit Eichler, La doble moral, Croom Helm, 1980. ︎ ↩︎
- Dwight B. Billings y Thomas Urban, ‘The Socio-Medical Construction of Transsexualism: An Interpretation and Critique’, Social Problems, Vol. 29, nº 3 (febrero de 1982), pp. 266-282. ︎ ↩︎
- Mary Daly, Pure Lust: Elemental Feminist Philosophy , Beacon Press, 1984. ︎ ↩︎
- Judith Shapiro, ‘Transsexualism: Reflections on the Persistence of Gender and the Mutability of Sex’, en Julia Epstein, Kristina Straub, Body Guards: The Cultural Politics of Gender Ambiguity, Routledge, 1991. ↩︎
- Beth Walsh-Bolstad, «The New, Improved (Surgically Constructed) Woman/ Lesbian?», Off Our Backs, Vol. 23, nº 10 (noviembre de 1993), pp. 14, 23. ︎ ↩︎
- Claudine O’Leary, «Queer politics», Off Our Backs, Vol. 24, No. 1 (enero de 1994), pp. 8, 23. ︎ ↩︎
- Bernice L. Hausman, Changing Sex : Transsexualism, Technology, and the Idea of Gender, Duke University Press, 1995. ↩︎
- Sheila Jeffreys, «Transgender Activism: A Lesbian Feminist Perspective», Journal of Lesbian Studies, 1(3-4), 1997, pp. 55-74. ︎ ↩︎
- Germaine Greer, La Femme entière, Plon, 2002. ︎ ↩︎
- La historia de Kathleen Stock, una profesora universitaria del Reino Unido que sufrió un terrible acoso por parte de activistas trans y que finalmente se vio obligada a dimitir, es elocuente y representativa. ︎ ↩︎
- La Trêve ha publicado Le Sexe, le Genre et Judith Butler, una recopilación de ensayos de Jane Clare Jones. La autora también escribe en su substack, Culture War Blues. ↩︎
- Extracto de la citada publicación. ︎ ↩︎
- No menos importante es su obra publicada en francés con el título L’Être et la marchandise. Prostitución, maternidad subrogada y disociación del yo (M éditeur, marzo de 2013). ︎ ↩︎
- Kajsa Ekis Ekman, Sobre el significado del sexo : reflexiones sobre la nueva definición de mujer, Spinifex, 2020. ︎ ↩︎
- Una entrevista con Ángeles Álvarez sobre el tema trans fue traducida y publicada en www.partage-le.com con el título «Ángeles Álvarez: “¿Cómo evaluamos el sexismo si eliminamos el género como categoría verificable?”». ︎ ↩︎
- Lidia Falcón, «La inaceptable Ley Trans», Público.es, 16 de diciembre de 2019. ︎ ↩︎
- G. Sánchez, «Alicia Miyares: “Detrás de muchos menores que dicen ser trans laten realidades como el bullying o el autismo”», Levante, 29 de noviembre de 2022. ︎ ↩︎
- Najat El Hachmi, «El fraude es la ley», El País, 15 de marzo de 2024. ︎ ↩︎
- Najat El Hachmi, «Se traspasa género», El País, 19 de mayo de 2023. ︎ ↩︎
- Kidi Bebey, «Mère de lait et de miel«, de Najat El Hachimi, una oda de quien se ha ido a los que se han quedado», Le Monde Afrique, 5 de febrero de 2023. Rápido, queridos periodistas de Le Monde, ¡borrad esta elogiosa reseña de un libro de una abominable «transfóbica»! ︎ ↩︎
- «Spain: Argumentation of the Federation of Progressive Women against the «trans law»», traducción de un texto publicado originalmente el 19 de septiembre de 2022 en la página web del diario digital español Republica, escrito por la Federación de Mujeres Progresistas: https: //www.partage-le.com/2022/10/18/ espagne-argumentation-de-la-federation-des-femmes-progressistes- contre-la-loi-trans/. ︎ ↩︎
- Feministes de Catalunya, «De hombres adultos a chicas adolescentes. Évolutions, tendances et questionnements sur les personnes ayant recours au Servei Trànsit en Catalogne, 2012-2021», noviembre de 2022. ︎ ↩︎
- Nuria Coronado Sopeña, «Marcela Lagarde: “Tenemos que decir no al borrado de mujeres diciendo sí a su existencia legal y protegida”», Público.es, 21 de julio de 2020. ︎ ↩︎
- Teresa C. Ulloa Ziáurriz, «La dictadura del transactivismo», TribunaFeminista, 15 de febrero de 2021. ︎ ↩︎
- Para muchas más ilustraciones de este punto, véase Né(e)s dans la mauvaise société – Notes pour une critique féministe et socialiste du phénomène trans (Le Partage, 2023). ︎ ↩︎
- Aleksandr Solzhenitsyn, ‘El grito’, discurso escrito con motivo de la concesión del Premio Nobel de Literatura en 1970. ︎ ↩︎