El pasado 10 de septiembre en la competición de Combate Global en Miami, la luchadora francesa de Artes Marciales Mixtas (MMA) Céline Provost fue derrotada por “sumisión” por Alana McLaughlin, una persona que hasta los 30 años había tenido otro nombre, uno acorde a su sexo masculino. Provost es una mujer fuerte, como cabe esperar de una luchadora de MMA, pero la superioridad de la potencia física, densidad ósea y masa muscular de McLaughlin —adquirida durante su pubertad— le brindaron una ventaja incontestable a la que ni la toma de hormonas del sexo opuesto ni las cirugías y demás procesos estéticos para feminizar su apariencia le hicieron mella.
McLaughlin (38 años), quien ha relatado que sufrió abusos sexuales en su infancia, y que su familia era extremadamente religiosa y homófoba, combatió en Afganistán como sargento en un grupo de Fuerzas Especiales durante 6 años antes de decidir en 2015 que quería ser mujer. Provost (35 años), que trabaja como maestra de escuela, aceptó luchar contra McLaughlin porque quería “demostrar que las MMA son un deporte inclusivo”. ¿Pero, por qué esa “inclusión” implica que un hombre debe competir contra mujeres? ¿Por qué no participa en la categoría masculina, aunque su apariencia física y su nombre denoten que “se siente” femenina?
McLaughlin en Afganistán
En los deportes existen categorías de sexo, edad y, en el caso de los de combate, peso, para asegurar que quienes compiten lo hacen en igualdad de condiciones: así, quien gana lo hace porque tiene más talento, o se ha esforzado más, o ha entenado mejor, o ha tenido suerte y una combinación de elementos le han llevado a la victoria. Estas categorías se basan en la realidad material del cuerpo humano, algo que no alteran ni los deseos más profundos ni las necesidades identitarias más acuciantes. Antes de que McLaughlin debutara como “mujer” en la MMA el pasado 10 de septiembre, ya lo había hecho Fallon Fox (quien “fue hombre” durante 31 años y también perteneció a las fuerzas militares estadounidenses). Fox luchó contra dos mujeres antes de revelar que era “trans”, y logró tres combates más después de su admisión: a una de sus contrincantes le fracturó el cráneo. ¿Debe morir alguna mujer en una competición contra un varón que se identifica como mujer, para que las autoridades deportivas globales se tomen en serio la realidad material de los sexos femenino y masculino?
El Congreso de los Diputados pronto debatirá la Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI, que contempla la equiparación absoluta, en todos los ámbitos, de las mujeres y los hombres que se identifiquen como mujeres. Si se aprueba la ley, cualquier deportista varón que “se sienta mujer” podrá participar en la categoría femenina de cualquier deporte, sin importar la ventaja física que le da su condición biológica, que es inalterable. En su Título II, Capítulo l, Artículo 40, la llamada “ley trans” dice que “La resolución que acuerde la rectificación de la mención registral del sexo tendrá efectos constitutivos a partir de su inscripción en el Registro Civil.” Y que “[L]a rectificación registral permitirá a la persona ejercer todos los derechos inherentes a su nueva condición.”La organización feminista Women’s Human Rights Campaign-España se opone a semejante despropósito. El art. 7 de la Declaración sobre los derechos de las mujeres basados en el sexo de WHRC, reafirma los derechos de las mujeres a las mismas oportunidades que los hombres para participar activamente en deportes y educación física. “Para garantizar la imparcialidad y seguridad de mujeres y niñas, debe prohibirse la entrada de niños y hombres que afirmen tener una ‘identidad de género’ femenina en equipos, competencias, instalaciones y vestuarios, entre otras cosas, reservados para mujeres y niñas, por tratarse de una forma de discriminación sexual.”
Firma la Declaración